En 1987 y sus alrededores yo iba con mi walkman Sanyo injertado al cuerpo. Todos los días me llevaba 2 cassettes al colegio. Uno iba puesto y otro para después. El momento de elegir la música que me iba a acompañar el resto del día era importante. Y muchas veces te topabas con la difícil decisión de elegir un cassette que tenía algunos temas geniales y otros que maso, entonces no estabas seguro si te lo querías bancar.
Y ahí estaba The Singles, el compilado de The Pretenders, cassette original (bicho raro en mi adolescencia!). Ese sí que era un winner! Tenía 16 temas, uno mejor que el otro. No había relleno. Era una apuesta segura. Los Pretenders con la voz temblorosa y única de Chrissie Hynde y las guitarras al palo. Claro, en una década donde el sintetizador mandaba, las guitarras eran algo audaces.
Y después de 30 años de toda esa ceremonia, me entero de que vienen a tocar a Israel. Claro, 30 años no es poco. Dudé mucho de solo pensarlo, pero me fui a chequear videos de la última gira. Uno o dos. No más fue suficiente para darme cuenta de lo intacta (pero de verdad!) que está la voz de Chrissie. Y en un verano en el que vinieron todos los pesos pesados que te puedas imaginar a este olvidado medio oriente, elegí pagarme una buena silla para ver a los Pretenders.
El baterista es el único original de los músicos que acompañan a la clásica flequilluda (que ahora está rubia) y no desentonaron. Los hits aparecieron en un 50% acompañando temas del último disco (ese impuesto que debemos pagar quienes recibimos a un artista una vez en la vida en casa, pero bueno... qué se le va a hacer). Y no nos dejó con las ganas de ciertos covers clásicos de la banda como Every Day is Like Sunday.
Chrissie está intacta. Lo digo de nuevo. Y a tal punto que cuando arranca el recital, en el tercer tema, Message of Love, me transporté a 1987 y me vi a mi mismo sacudiendo la cabecita al ritmo de su música. Y recordé lo feliz que fue siempre mi vida. La música tiene esa capacidad de acuñar momentos. Como ciertos olores. Escuchás una canción y de repente tenés otra edad, vivís en otro país, en otro tiempo y hasta tenés rulos. Y eso me pasó. Tuve de nuevo 17 años y pude sentir en el cuerpo (¡físicamente!) esa felicidad diaria. Y no es poco tener la confirmación de que tuviste una vida feliz durante todos esos años. Como en las películas que te llevan a verte a vos mismo. Así. Igual. Y llamame blando pero se me llenaron los ojos de lágrimas de la emoción. Y por si quedase alguna duda, con Kid y Talk of the Town que vinieron después, pasó lo mismo.
El show fue perfecto, el sonido bárbaro y la gente respondió llenando el estadio y no haciendo los papelones habituales del israelí promedio.
Fue una elección acertada en mi verano de medio oriente. Igual que cuando me cargaba The Singles en el walkman.